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Los 

Arboles Viejos

Abuelos y abuelas de Confiar

“El tiempo es una ilusión en el universo”. Julian Barbour

Hoy el sol visita el bosque. Los arbustos despliegan sus hojas suaves, niñas; sus ramas tiernas, sus retoños de verdor. Por su parte, los árboles viejos, aprovechan el viento para susurrar, sus troncos rugosos exhalan fortaleza, sus increíbles alturas codiciadas por aves son casa de recuerdos y saberes

Desde abajo, algunos levantan sus incólumes copas para escuchar el susurro viejo, para sentir el aliento añejo, para encontrar la mirada de sus abuelas y abuelos árboles: castaños, cedros y arces; pinos, cipreses, tejos, álamos y abedules. Algunos, los viejos, han sido abrazados por intensos inviernos, otros apenas penetran la tierra con sus raíces escuálidas.

A los árboles viejos les solemos decir papito, pito, mamita, mita, abu, abuelo o abuela; quizás otros nombres aparecen, pero estos siempre, al menos en estas tierras, ganan los primeros lugares.  

Y como ya les contamos que el sol vino de visita y los árboles se zarandean ante sus tibios rayos, aprovecharemos para escucharlos. No todos son iguales, ni piensan los mismos pensamientos, ni cantan las mismas canciones. No todos anhelan el ayer como la perfecta época, no todos ven el hoy con sinsabor. Sin embargo, todos, toditos, todos tienen voz para contar una historia, un relato de esos que guardan ideas, lugares y momentos, y que si prestamos atención provocarán el brote de una reflexión en forma de flor, de una idea, de una enseñanza, de un camino andado para el bienvivir o simplemente de una opinión.

Con ustedes

¡Los árboles viejos!

El Nogal

El primero en tomarse la palabra es un nogal nacido en Santa Rosa de Osos hace 99 años y que lleva por nombre Luis Eduardo Giraldo. El abuelo materno de nuestro compañero Rodrigo Gómez del área de Informática fue testigo de la intensa guerra entre los conservadores y los liberales, conoció a Medellín cuando apenas era un “¡un potrero gigante!” y alumbró sus noches con velas.

Con 15 hijos, 45 nietos y 40 bisnietos, este árbol creció convencido de que para cultivar el bienvivir, los árboles grandes y chiquitos deben reconocer el valor de sus palabras.

Dar una promesa para este nogal, implica el llamado ético a cumplirla, porque mentir o romper promesas se vuelven prácticas que socavan las relaciones, que ajenas al respeto por el otro y a la honestidad, pudren nuestras ramas.

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Don Luis Eduardo vive con su esposa Carmen Emilia, quien es su compañera hace 74 años. 

La higuera

Una voz suave aparece con el sacudir de las hojas… es la higuera, que, a sus 91 años, musita su nombre: ¡María del Carmen Orrego Gutiérrez!

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María del Carmen vive con una hija y lo que más le gusta es que la visiten, que conversen con ella y que la inviten a pasear.

La abuela paterna de Diana Cristina Correa, del área de Gestión Humana, abre sus ramas y nos permite esculcar en su follaje, donde anida una idea para el bienvivir: valorar la libertad de las mujeres.

Pensar en una época donde las mujeres no tenían autonomía sobre su maternidad y donde las condiciones de trabajo en el hogar eran tan fuertes, nos permite afirmar con certeza que no todo tiempo pasado fue mejor. “A uno le correspondía aguantarse el marido que le tocara y casarse para tener hijos … Además, los oficios en la casa eran una carga muy pesada, aplanchar no era fácil, porque la plancha la debíamos calentar en un fogón de carbón, era muy pesada y había que proteger la ropa para que no se ensuciara. ¡Qué bueno haber tenido una lavadora!”, reclama María en forma de anécdota sobre lo que fue una realidad para miles de mujeres árboles de este bosque, a quienes se les asignó el hogar y sus tareas como única posibilidad de “realización”, la mayoría de veces en condiciones inequitativas.

Esta conversadora higuera, que nació un 10 de febrero de 1927 en Santo Domingo Antioquia, nos recuerda en su historia que la conquista por los derechos de la mujer ha sido un camino largo que aún se recorre y que no se alcanza el bienvivir sin un trabajo constante por la equidad de género.

El haya

Cuenta una leyenda que una vez nació un árbol mágico que en la Edad Media se llamaba el árbol de las hadas. En efecto, algunas personas creían que, al caer la noche, las hadas dibujaban su círculo mágico alrededor de su tronco sólido y sosegador, en el interior del cual cantaban y bailaban. Se trataba del haya.

Esa debe ser la razón por la cual, a Manuela Ramírez Robledo, la abuela materna de Yuradcy Chaverra, la subdirectora de Apartadó, le gustaba bailar en las fiestas patronales y usar los vestidos con estampados y muchas flores. Paloma, como también la conocen, ejerció por años el oficio de curandera y partera. Fueron muchos los arbolitos que Manuela ayudó a nacer, y aunque recuerda que sólo pudo estudiar un año, eso le bastó para aprender a leer y a escribir.

Así como Manuela, la mayoría de mujeres árbol de su generación solo pudieron estudiar uno, dos o tres años máximo; una situación que no solo vulneró su derecho al conocimiento, sino a la autonomía económica y a la posibilidad de decidir sobre sus relaciones, porque como ella misma lo recuerda: “Yo tuve muchos pretendientes, pero para tener novio las muchachas debíamos pedir autorización de los padres, y la visita del muchacho debía ser supervisada por ellos”.

No obstante, Manuela logró una conquista que aún mantiene como su raíz más fuerte y que, si fuera canción, sonaría así: ¡Soy Paloma, la bailarina, la partera, la mujer elegante que ama lo que hace…la ra ra ra… la mujer feliz!

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A sus 109 años en esta haya frondosa y alegre habita la magia de la alegría

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El abedul

En este bosque, un árbol sereno de 102 años se abre campo, acomoda su sombrero y nos cuenta que uno de sus mayores secretos para mantenerse lúcido y gozar de salud, es el buen sentido del humor. Se trata del abuelo de Olga Lucero Estupiñán, del área de Gestión Organizacional.  Don Jesús Becerra Valderrama nació en Duitama – Boyacá el 9 de abril de 1916 y tiene tres hijos, siete nietos, seis bisnietos y un tataranieto.

El susurro de don Jesús es claro y firme: no vivir de las apariencias y no consumir tantas cosas que no se necesitan.  “Hoy en día me sorprende ver cómo venden y venden cosas que no duran.  Y las personas compran y compran. ¡No se necesita tanto para vivir!”.

Escuchar a los árboles viejos puede incomodar a algunos, pero vale la pena escuchar al abedul para que la palabra austeridad no se vuelva borrosa en un universo acaparado por el tener como noción de éxito.  ¿Consumir? Sí, pero más sonrisas.

Algunas veces suele verse al abedul recordando a su ausente Mercedes, quien le acompañó por 73 años.

La sauce Jacinta

El 5 de septiembre de 1919 nació Jacinta Merchán, la abuela paterna de William Alba, el subdirector de Duitama. Cinco hijos, 20 nietos, 30 bisnietos y un tataranieto rodean a esta mujer árbol, quien desde niña cuidaba los pollos y cerdos de la granja de su familia, en una época en la que se veía natural que los árboles pequeños apoyaran en las labores.

Jacinta recuerda cuando el bosque se estremeció con el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, y la violencia se sintió con tal fuerza que no se respetaba la vida de los niños, niñas y ancianos. “La gente no dormía tranquila. Fue una época de mucho dolor e incertidumbre”. Ya pasaron esos días. Sin embargo, esta sauce nos recuerda que un bosque que cuida a sus arbustos es un bosque que abraza la esperanza.

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De esta época Jacinta disfruta el helado, “un asunto de la modernidad”, porque en su época no existían las neveras.

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El Arce

Se escucha un cántico que dice… “Jugando fútbol del bueno, el poderoso no engaña. De Moreno a Comesaña, de Comesaña a Moreno. Grita el pueblo clamoroso ¡Viva el DIM el poderoso!”  Se trata del arce rojo, Adela Henao Ríos, la abuela de Marcela Barrientos, directora del Laboratorio de Acuerdos, hincha del futbol desde que tiene memoria, junto con su hermano Luis, de 102 años.

Este alegre árbol nació en La Ceja, y a sus 97 años recuerda con alegría su niñez y su familia. “Me gustaban las quebradas, los animales y me gustaba mucho jugar con una de mis hermanas porque yo le hacía muchas travesuras”.

Pero Adela no solo canta los goles, porque hoy también nos recuerda la canción que dice que la diversión es parte del juego del bienvivir.

El sol se aleja del bosque. La hora de la lechuza ha llegado y los árboles viejos se aprestan al abrazo de la luna; mientras los arbustos inclinan sus ramas agradecidos al recordar que ciertos asuntos siguen siendo parte esencial de la vida buena. Queda en la fresca brisa el susurro de la honestidad, la autonomía, la austeridad y la alegría.

Se escucha el cri cri de dos grillos ¡Cri, cri, cri, cri!

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